Joy – 2015/2016

El objeto álbum devino anacrónico. Las imágenes de la novela familiar abandonaron las impresiones fotográficas y buscaron nuevos soportes. Y los nuevos soportes provocaron prácticas sociales diferentes. La fotografía ya no convoca a una reunión (para ver el álbum de la fiesta de 15 de A., o del viaje a las Cataratas de la mamá de L.).  Ahora las imágenes se comparten de otro modo. Se replican y se muestran directamente en una pantalla, pequeña, mediana o grande, dependiendo de la elección un teléfono móvil, una tableta, o un monitor para transformarnos en espectadores, casi siempre solitarios. Un buen número de programas  vienen a asistir a quien quiera detenerse a mirar: software profesional y aplicaciones pensadas para usuarios inexpertos brindan un menú de opciones disponibles para el juego de la observación. Surge otra forma de mirar. Podemos optar por una grilla que nos deja visualizar la serie completa. O podemos aplicar un zoom y agrandar la imagen para acceder a los detalles.  La foto se despliega sobre una superficie lumínica. Y si nos acercamos lo suficiente, además de la imagen, veremos la  materialidad de la pantalla.

Hay una primera foto que nos trae el recuerdo de un viaje —el documento del lugar, el souvenir de un momento feliz—. Y hay una segunda foto que opera en otro tiempo, el momento de la observación, y en otro lugar, la superficie de la pantalla.

Imágenes en las que se acoplan dos tiempos y en las que conviven dos espacios. Refotografiar como forma de poner en evidencia la nueva materialidad de la fotografía familiar.