

Un pequeño ecosistema de producciones artísticas nos anima a preguntarnos cuál es nuestro vínculo con el entorno que habitamos.
Cada obra cifra la incertidumbre que entraña lo cotidiano, la enhebra, la merodea y, sin proponérselo, la demarca. A través de un movimiento constante, donde nada pareciera estar en su sitio, catorce artistas quiebran la mirada automatizada del mundo.
En ese acto, recuperan elementos cercanos que reordenan, rediseñan y reprograman. Los presentan y les adjudican nuevas identidades híbridas. Los reconstruyen y depositan su afectividad en ellos. Eligen materiales en los que confían para establecer nuevas alianzas.
Un primer conjunto de obras traza un recorrido que va de lo mínimo orgánico o residual a la memoria emotiva colectiva. Otro acopio de piezas nos sumerge en un contexto de relaciones sensibles con la luz eléctrica y los entornos digitales.
En las obras habita un interés por el uso poético del fragmento. Se mueven entre la consolidación de una idea y su fractura: del bosque al árbol, del árbol al mueble, del mueble a la corteza, de la corteza a la madera, de la madera al carbón, del carbón a la luz, de la luz a la pantalla y así.
No he visto árboles de tal naturaleza invita a ejercitar una mirada atenta. Un puntapié para imaginar un (otro) mundo posible a partir de sus partes.
Carolina Cuervo y Juana Fonrouge